Mucho se especuló sobre el giro ideológico que tendría la política económica con el nuevo gobierno colombiano. Algunos hablaban de socialismo y comunismo. Sin embargo, tras un año del nuevo gobierno, hoy es claro que las directrices que quieren instalarse en Colombia pueden definirse más como un capitalismo verde, impulsado por la nueva coalición de tinte progresista. Si bien no estamos hablando de un giro tan radical que tenía a algunas personas nerviosas, seguimos hablando de un modelo basado en la creación de riqueza. Por eso, la pregunta que surge y el debate que debería estar teniendo la comunidad de los negocios y la economía es qué tan lucrativo y viable puede ser un capitalismo verde sostenible (con más énfasis en el elemento sostenible que en el capitalismo).
Este nuevo enfoque, que gira en torno a la transición energética, la reducción de la contaminación y la justicia social norte-sur, ha sido la bandera con la que el gobierno de Gustavo Petro ha sido recibido con elogios y aplausos en varias tarimas a nivel mundial, incluida Davos, la capital del capitalismo mundial, aunque tambien hay algunos que lo miran con recelo, calificandolo como ingenuo o populista. No hay duda de que el mundo necesita cambios, aunque a muchos les genere miedos comprensibles. Pero tanto los organismos multilaterales como la ciencia respaldan el clamor por un giro en la política económica y comercial para darle un alivio a la gente más pobre y poder revertir el acelerado cambio climático que es cada vez más evidente.
La oportunidad de industrializar el Sur Global
El primer gran motor de riqueza y cambio para el planeta puede parecer un oxímoron, pero no lo es. La necesidad de industrializar con tecnología y conocimiento de punta al Sur Global, donde se concentra la mayor cantidad de poblaciones vulnerables del mundo, acarrearía múltiples beneficios para la comunidad de los negocios del norte global, la sostenibilidad del planeta y los enormes flujos migratorios que vemos hoy en día, que están causando tanto malestar en las regiones más ricas del planeta.
Por un lado, las inversiones necesarias para industrializar vastas regiones de África y América Latina con tecnología de punta necesitan imperativamente la participación de los países más industrializados. Estos necesitarán participar financiando y ejecutando proyectos de alto impacto, generando una economía circular que beneficiaría a ambas zonas a corto y largo plazo. Por ejemplo, el caso del hidrógeno verde promovido por los gobiernos de Colombia y Alemania requerirá enormes inyecciones de capital, en parte provenientes de Alemania, para invertir en tecnología proporcionada por empresas alemanas. Esto permitirá a Colombia crear plantas capaces de producir millones de toneladas para abastecer al mercado alemán en un futuro no muy lejano.
Casos similares pueden darse en otras industrias, como el litio, la energía solar y eólica, la producción agrícola a escalas locales y sostenibles, la descentralización de la producción tecnológica para aumentar la competitividad regional y reducir el flujo comercial a través de grandes distancias que nos dejó la globalización, el fortalecimiento de los mercados en línea y la distribución inteligente, entre otros. Para todos estos campos de la industrialización de la economía se necesitarán Billones de dólares, que serán canalizados a empresas y trabajadores tanto de los países en desarrollo como en los países industrializados.
La transición energética y comercial como motor de la innovación
Los sistemas capitalistas a menudo impulsan la innovación. Cuando existe un incentivo de lucro para desarrollar tecnologías limpias o prácticas sostenibles, las empresas son más propensas a invertir en estas áreas. Como lo ha mencionado el presidente colombiano, una de las mayores necesidades de Estados Unidos es renovar su matriz energética y la respuesta podría encontrarse en las potenciales fuentes de energía en América Latina. El cambio en el modelo de la matriz energética es en sí mismo posiblemente la tarea más grande que enfrenta nuestra civilización durante este siglo. Esto requerirá un cambio fundamental en la concepción del valor y las prioridades que sustentan la riqueza que respalda a la humanidad y a la economía.
Sostenibilidad vs. Greenwashing: el rol de las instituciones
El gran riesgo de la responsabilidad de las corporaciones recae en la honestidad de sus prácticas corporativas. Es imperativo evitar que el discurso de la sostenibilidad sea mercantilizado por las grandes corporaciones para emitir discursos falsamente justos y ecológicos. Por lo tanto, como expone Joseph Stiglitz, la única manera de garantizar la coherencia de las nuevas políticas comerciales y de producción a nivel global requiere una fuerte participación de los gobiernos locales, regionales y multilaterales. Uno de estos pasos ya lo está dando el gobierno colombiano y ha recibido apoyo de diversos gobiernos y organizaciones multilaterales. Se han propuesto iniciativas como el canje de deuda externa por acciones climáticas o la creación de un organismo supranacional en América del Sur con el fin de proteger la Amazonía de la deforestación y la minería ilegal.
Piensa Global, Actúa Local
La globalización nos enseñó que la humanidad es capaz de cultivar peras en Argentina, para luego empacar esas mismas peras en Tailandia y venderlas en Canadá. Parecería absurdo si lo vemos hoy, pero hace dos décadas parecía una proeza que hablaba del nivel de sofisticación de las cadenas de abastecimiento que hemos creado como civilización. Por eso, es hora de que las grandes corporaciones y los grandes países comiencen a descentralizar las cadenas de abastecimiento costosas y muy distantes, para crear capacidad productiva en regiones más pobres del planeta, que por tradición deben importar todo desde países industrializados. Pero aún más importante es rediseñar las cadenas de abastecimiento agrícolas y alimenticias para devolver la seguridad alimentaria a las zonas del sur global que han debido ver sus sectores agrícolas diezmados y quebrados ante la incapacidad de competir con la agricultura subsidiada en América del Norte y Europa.
El Cambio de Paradigma
La gran pregunta que debe hacerse es principalmente simbólica: ¿cuál es el valor intrínseco de nuestros esfuerzos y qué guía nuestras acciones? Hasta la fecha, el crecimiento exponencial y la acumulación de capital eran la medida única de la concepción del éxito. Sin embargo, llegamos al punto en que la desigualdad, la afectación del ecosistema global y la inestabilidad política son inocultables. Todo esto obedece a esa carrera acumuladora desenfrenada de los últimos 3 siglos que ha llevado a corporaciones e incluso individuos a ser más ricos que algunos países de África o América Latina. No intentamos engañar a nadie; este cambio, aunque simbólico, es el más difícil y complejo. Los fundamentalistas del mercado, negacionistas de la multicrisis global y amantes de la acumulación de capital tradicional dirán que es inviable. Pero la humanidad no puede quedarse en discursos que critican pero no proponen. Debe cambiar el valor de los negocios hacia las nuevas tecnologías, hacia la generación de valor con alto impacto social y especialmente hacia prácticas sostenibles a nivel humano, social y ambiental.
En Conclusión
Si miramos los discursos del FMI, de los gobiernos y de los organismos multilaterales como la ONU y la UE, es prácticamente unánime la conciencia generalizada sobre la necesidad de un cambio que redirija la economía y el comercio mundial hacia una nueva manera de crear y, sobre todo, distribuir riqueza para reducir la desigualdad y el impacto sobre la naturaleza y el equilibrio climático del planeta. De eso ya no hay duda, pues más allá de los discursos políticos, es la ciencia quien lo confirma de manera vehemente. El capital y la capacidad creativa de la humanidad existen. Las inversiones en nuevas tecnologías y en grandes proyectos tendrán que suceder, cada vez con más urgencia. Estos recursos deberán ser canalizados a través de empresas y entidades, ya que el capital no es un ente autodeterminado y solo obedece a los intereses y objetivos definidos por los humanos. Frente a la suma de factores y necesidades, el capitalismo verde no solo es viable, sino que es imperativo. Si bien los riesgos y desafíos son parte inherente de esta transformación, la necesidad de un cambio es innegable. Colombia, con su posición privilegiada, tiene la oportunidad de liderar en esta transición hacia un capitalismo verde sostenible que priorice la justicia social y la sustentabilidad en igual medida. El debate ya no reside en si el capitalismo verde es viable, sino en cómo puede ser implementado de manera efectiva y equitativa.